Trío en la cocina. Relatos eróticos gay.

Siempre me ha gustado ligar en los lugares más insospechados.

Me da mucho morbo.

Una tarde estaba en el supermercado. Había tenido que ir urgentemente porque a mi nevera solo le quedaban telarañas.

En la sección de verduras me crucé con un chico guapísimo. Estaba pesando una bolsa de berenjenas.

Lo consideré una señal del destino.

Me acerqué y me coloqué detrás de él. Dedicándole mi mejor sonrisa le dije:

  • Vaya pedazo de berenjenas te vas a llevar. ¿Son todas para ti?

Tengo comprobado que, si a un desconocido le sueltas de repente una frase moderadamente insinuante sin rozar lo sexual, si es heterosexual te mirará con cara de malas pulgas y sin entender nada, pero si tiene una ligera esperanza de follar contigo, no dudará en sonreír o contestar algo ingenioso.

En este caso la contestación me sorprendió al no ser ni una cosa ni la otra.

El chico me dijo, con una sonrisa de oreja a oreja:

  • Son para mi novio. Le encantan las berenjenas grandes.

Como no me esperaba una contestación similar, no tenía una respuesta preparada.

Sin embargo, no me hizo falta, porque el chico metió la bolsa con berenjenas en su carro y me dijo:

  • Cocino muy bien las berenjenas. A mi chico le encanta como se las hago. ¿Te apetece venirte a mi casa a comer con nosotros?

No pude evitar que una amplia sonrisa inundase mi rostro.

Yo soy muy descarado y no tengo vergüenza, pero este chico me había dado una lección de frescura, espontaneidad en procedimientos de ligue.

Pero no me amilané ante el reto, así que le dije:

  • Por supuesto que sí. Me encanta comer berenjenas. Y si son muy grandes me las como hasta crudas.

Mi polla se había puesto dura de repente, y se marcada en mi pantalón de chándal, ya que no llevaba ropa interior.

Afortunadamente no había nadie cerca escuchando la conversación, aunque me habría dado igual.

El chico miró a mi entrepierna y se le iluminaron los ojos. Levantó la cabeza y mirándome otra vez a la cara me dijo:

  • Vivo en el edificio de al lado. Vente conmigo a la caja, pago la compra y subimos a mi casa.

Yo asentí e hice lo que me dijo.

Mientras estábamos en la cola para pagar, cogió el móvil y mandó unos mensajes.

Supuse que estaba avisando a su novio de que llegaba con más comida de la que había comprado.

Mirando de reojo pude ver que un tal Carlos le contestó con unos emojis de unas manos aplaudiendo.

Todo estaba saliendo rodado.

  • Por cierto, me llamo César.
  • Encantado – le dije – Yo soy Jose.

Cuando terminó de pagar salimos del super. Yo le ayudé a llevar las bolsas como un buen caballero.

César se dirigió a la puerta del edificio de al lado, sacó una llave y me hizo una señal para que entrara.

Yo me dirigí al ascensor, pero me dijo:

  • Es aquí mismo, en el Bajo A.

Abrió la puerta que estaba a la izquierda del ascensor y entramos los dos en la casa.

César se dirigió a la cocina con las bolsas y yo fui detrás. Mi polla no había bajado todavía, porque el chico tenía el mejor culo que había visto en mi vida. Se le marcaba completamente a través de unas bermudas azules.

Dejé las bolsas de la compra en el suelo de la cocina cuando noté una presencia detrás de mí.

Me volví y vi a Carlos, que había venido a recibirme.

Y vaya recibimiento.

Carlos estaba completamente desnudo.

Era un chico alto y rubio. Con unas piernas de jugador de fútbol y los abdominales tan marcados como una tabla de fregar.

No tenía vello en todo el cuerpo salvo en el pubis, sobre la polla. Y el poco pelo que tenía era tan rubio como el que tenía en su cabeza.

Su polla colgaba morcillona, pero prometía ser una de las pollas más gordas que había visto en mi vida.

Un calor sofocante me invadió mientras que mi propia polla parecía a punto de reventar el pantalón de chándal.

Y entonces el adonis rubio comenzó a hablar:

  • Vaya, vaya, cariño – le dijo a su novio – Cada día me traes comida más buena del super.

César se rio detrás de mí.

  • No te lo vas a creer- dijo entre risas – pero me ha entrado él.

Yo me di por aludido y contesté sonriendo también.

  • Tenía ganas de comerme un buen rabo esta tarde, pero tu chico me ha ofrecido comerme dos y la idea me ha parecido mucho mejor.

Ante mi descaro, los dos chicos soltaron una sonora carcajada. Y César desde detrás de mí remató:

  • Pues si quieres, aparte de comerte dos rabos también vas a poder follarte dos culos impresionantes.

Yo no podía dejar de mirar el maravilloso cuerpo de Carlos. Estaba tan cachondo como una perra en celo.

El tiempo había dejado de pasar mientras lo miraba.

No obstante, me di cuenta de que sí que había pasado, porque César se había quitado toda la ropa.

Noté un suave beso en la nuca mientras una mano me agarraba el culo.

César salió de detrás de mí, completamente desnudo, y se puso al lado de Carlos.

El cuerpo de César no estaba tan musculado como el de Carlos, pero estaba igual de bueno o más.

Carlos estaba más delgado, aunque completamente fibrado.

Su culo estaba perfectamente definido, y tenía unos huevos perfectamente redondos, que colgaban debajo de una polla más pequeña que la de César, pero que también apuntaba maneras.

Cuando los tuve a los dos, en pelotas, delante de mí, creí que mi cabeza iba a reventar.

Una sensación de deseo subía por mi cuerpo desde la punta de mis pies hasta el último de mis cabellos.

Mi polla no podía estar más dura.

Mi tarde de compras en el super se había convertido en un trío con dos de los hombres más bellos que había visto nunca.

A juzgar por mi sonrisa y por el tamaño de mi polla, mis dos compañeros de andanzas se sintieron halagados.



César fue el primero en hablar:

  • ¿Qué tal si nos vamos al dormitorio? ¿O prefieres follar en la cocina?

Yo no podía pensar con claridad.

Me acerqué a ellos y cogiendo con la mano izquierda la polla de Carlos, puse mi mano derecha en el cuello de César y le besé en los labios.

Después me volví y besé a Carlos en los labios.

El beso con Carlos fue mucho más guarro.

Me metió la lengua hasta la garganta.

Mientras tanto noté como mis pantalones de chándal bajaban deslizándose por mis piernas.

César se había arrodillado detrás de mi y me había bajado los pantalones, mientras que acariciaba mi culo con una mano y mi polla con la otra.

Yo aparté la boca de la cara de Carlos y sintiendo un cosquilleo en mi culo por las zonas en las que César lo recorría con la lengua, solo acerté a decir:

  • Mejor nos vamos al dormitorio, chicos. Seguro que estaremos más cómodos y necesito espacio para chupároslo todo.

César se levantó y avanzó hacia Carlos, dándole un morreo mientras que mi boca quedaba a escasos milímetros de las suyas.

Entonces dijo sonriendo:

  • Vamos a la cama.

Y nos fuimos los tres al dormitorio.

Ellos fueron delante y yo les seguí, andando como un pingüino, ya que llevaba los pantalones por los tobillos.

César dirigía la comitiva y Carlos iba en segundo lugar.

Para que no me escapase, Carlos me había cogido mi polla tiesa y tiraba suavemente de mí, conduciéndome a su dormitorio como si yo fuese un barco y mi polla fuese el timón.

Aunque yo no tenía ninguna intención de escaparme, evidentemente.

Mientras llegábamos a la puerta del dormitorio pude admirar sus preciosos cuerpos por detrás.

Los dos tenían unos culos impresionantes: redondos, musculosos, bien torneados, sin vello y completamente blancos. A los dos se les marcaba la señal del bañador, y a mi eso me pone muchísimo.

Antes de entrar en el dormitorio me quité las zapatillas, los calcetines y me arranqué los pantalones y la camiseta.

La estampa que me esperaba en el interior del dormitorio era digna de una película porno gay de las mejores productoras: Falcon, Bel Ami o Kristen Bjorn.

Dos chicos impresionantemente guapos, musculosos y sin vello estaban esperándome para que me los follara.

No era mi primer trío, pero sí que iba a ser el que más iba a recordar.

Estuvimos follando toda la tarde. Más de tres horas.

Fue una follada legendaria.

Pero los detalles ya los contaré en la segunda parte de esta historia.

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